Tu eco en mi 🌬️🍃
Me encantó cómo llegaste: sin pretensiones, como un algoritmo perfecto, el resultado de esa búsqueda en segundo plano que mi soledad anhelaba sin saberlo.
¿Recuerdas nuestro primer encuentro? Fue en esa oficina gris donde tu paso rápido te obligaba una escala en la CDMX, una breve visita que te llevó a hacer una pausa, solo para mí. No nos conocíamos, pero alguien mencionó nuestros nombres en una misma frase dentro de una conversación random, pero fue allí que el universo nos hizo click en el instante de presentarnos.
Después de ese primer encuentro, nuestras palabras empezaron a tejer un hábito dulce y necesario, la exclusividad que solo WhatsApp nos daba a ambos donde tras las letras también nos llegaron los audios de buenas noches, los memes y reels que solo nosotros entendíamos, las llamadas que se alargaban hasta que la batería del móvil gritaba auxilio en su 1%.
Tu perfil privado, siempre encriptado, era un misterio que yo intentaba descifrar, interpretando el código detrás de tu sonrisa, el mapa a medio dibujar de un país con fronteras suaves que mi curiosidad ansiaba recorrer colándome entre la red que se entrelazaba todos tus pensamientos.
Nuestra primera cita fue un territorio nuevo para mí. La idea de ese viaje se convirtió en un highlight anclado en el feed de mi mente, algo que llevaba meses anhelando. Había pasado solo un mes sin verte, ero hablando siempre, todos los dias y todo el tiempo, y aunque solo tenía tu foto de perfil pixelada, me llenaba con el susurro de tus audios en mis audífonos y me enganchaba a tus textos, aquellos versos que guardaba como capturas de pantalla. Llegué a la estación con la maleta ligera y el corazón marcando live. Y allí estabas. Te vi de pie, con una calma que desactivó de inmediato todas mis alarmas internas wue cargaban con la presuposición de esas redflags consecuencias de relaciones anteriores. Pero al mirarte, pude ver una calma esecial, eras el único punto quieto y sereno en medio del caos que hacía el ir y venir de tanta gente en la estación. Yo supe en ese momento, que eras todo lo que había imaginado.
Cuando me acerqué, me reconociste al instante y tu sonrisa se abrió para mí como un lugar seguro. Caminamos y tu conversación, ocurrente y constante, me envolvió en una burbuja de felicidad, tenías chistes buenos y otros tan malos que también me hacían reír y fue que, poco a poco me di cuenta de que todo en ti me hacía sentir en casa. Desayunamos en un pequeño café a las afueras de la terminal, me preguntaste si había descansado en el viaje, yo había salido de la CDMX al amanecer, sin dormir por la emoción, arreglándome en el bus con la única esperanza de verme bonita para ti y justo eso era lo que sucedía, eran tus ojos los que me decían que estaba bonita así, simplemente porque era yo.
Ese fin de semana fue un suspiro largo y profundo. Pueblos que parecían hechos de azúcar, y tú a mi lado, transformando cada callejón en un secreto compartido. Era tan natural como respirar el mismo aire y saber que era lo más correcto del mundo.
Tus dedos se entrelazaron con los míos y tu hombro se convirtió en una almohada suave, de esas apachurraditas donde podía amoldarme fácilmente. Me sentí cuidada, protegida, no de algo malo, sino para algo bueno. Era tan simple como caminar y sentir cómo nuestros pasos se ajustaban y como sincronizábamos nuestros latidos bajo un código silencioso que solo nosotros entendíamos, no necesitábamos palabras, nuestra mirada y la piel erizada al tacto hablaba por si sola.
El paisaje era solo el escenario, pero la historia éramos nosotros. Tu mano encontró la mía como si ya supiera su lugar. Y guiaste mi camino despacito hacía el primer beso que nos dimos en la parte trasera del Uber, no fue un spoiler, sino el tráiler de todo lo que podríamos ser. Me sabías al cafecito de la mañana y a un futuro sin riesgos. Por primera vez en mucho tiempo, mi mente dejó de hacer ese scroll infinito entre las preocupaciones. Ahora estaba en el presente, completamente contigo.
Las semanas siguientes fueron un regalo de planes espontáneos que siempre nos salían bien, como en las mejores series. Me leías tus proyectos como si fueran poemas, y yo te escuchaba con la fe de quien cree en los imposibles. Fuimos cómplices de sueños compartidos y de gestos que lo decían todo. Me hiciste sentir querida en todos tus detalles: sabias de memoria el tono de mi cabello, escuchabas mis historias como si fueran lo único importante y ajustabas tu chamarra sobre mis hombros cuando sentía frío.
A veces pienso en volver a intentarlo, pero luego recuerdo tu alma nómada. Para tí el amor era como una pequeña canción, bella y efímera. Decías que tus alas necesitaban cielos abiertos. Y aunque esa verdad me recorría con un leve escalofrío, admiraba tu vuelo. Te apoyé porque amarte era, también, desear tu libertad.
Se me ha quedado grabada la imagen de tu boca pronunciando mi nombre, despacito, como un susurro que me llega entre ecos del viento nocturno. Y tras pensarlo, siento como algo en mi pecho se ha arreglado.
No es nostalgia, no es dolor. Es la certeza tranquila de que un amor así no se va del todo; se transforma en una semilla que da luz en el alma. Te has convertido en un suspiro cálido en mis mañanas, en la seguridad de que fui amada con una intensidad que me hizo más fuerte.
Hace poco alguien me contó, que hay veces en las que preguntas por mí. Y no voy a mentir: ese pequeño dato se instaló en mi cabeza como una notificación de globito parpadeando en la periferia de mis pensamientos, y tengo que decirlo… eso encendió una esperanza tenue, que tal vez ese amor no era una canción, sino una playlist en pausa.
El tiempo ha pasado. No sé si nuestros caminos volverán a cruzarse. Si lo hacen, serás bienvenido. Y si no, me quedaré con lo que me regalaste: la prueba de que existió un "Nosotros" donde yo me sentí, por un instante tan perfecta, como la versión más amada, más cuidada y más bonita de mí misma. Y eso, mi amor, es una fortuna que nadie me quita. Tú sigues aquí, no como una falta, sino como un abrazo que ya no necesita de los brazos para sostenerse.
Un abrazo que lleva un eco, un eco permanente que silencia las vibraciones de la ciudad que aún me sigue pareciendo un caos, tu eco siempre es calido y me trae paz y calma, aún en este naufragio, por ello sigo amando ese eco, tu eco en mí, siempre.
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