Notas de un Clochard (Versión B)

"Se le llama Clochard al vagabundo
Al príncipe de los puentes, del asfalto,
aquel que teje su reino con huellas de horizonte
y lleva por palacio la geografía del viento".

NOTAS DE UN CLOCHARD.
Cerrábamos el mes de mayo y yo aún rastreaba abril entre los escombros. Sin pensarlo, me habían pasado ya 6 años sin entender la queja de Sabina cuando le robaron el mismo mes, y ahora yo, capitán de un barco que hundí por voluntad propia, navegaba el mismo vacío.
Tenía un inventario de máscaras para protegerme de las inquietudes, y cada una me daba una personalidad diferente. Pero ahora ser bohemio, solitario, bufón, locuaz, agrio, moribundo y errante no me dejaba nada claro, más bien me sentía disperso y sin nada de provecho.

Pero que más daba, ya lo había perdido todo.

La escena me delataba como el anfitrión de mi propia derrota: el colchón húmedo por aquella cerveza que derramé al quedarme dormido la noche anterior, el aire que apestaba a cigarro y a desventura. Había un vaso roto medio vacío, restos de Doritos sobre una tabla que simulaba la mesa, una navaja de afeitar oxidada y un número de teléfono escrito en una servilleta; era lo único que tenía...
No había más...

La vida de Clochard era mi cuento perfecto, pero ella, Mon Cherie, ya no estaba allí, ni su mirada pronunciada, ni su piel, ni sus labios; se había llevado hasta el polvo de su aroma. Solo quedaba el rastro de sus palabras rebotando en mi cabeza, escuchaba esa voz nítida que no se apagaba y que reactivaba recuerdos.
Y vaya que la recuerdo como aquella Noie que me había acompañado por años, hasta el punto que mi barco se hundió y lo mejor era que ella se salvara.
Mis colegas saben cómo la dejé escapar y cómo no hice nada para frenar sus pasos; lo reflexiono mil veces y en algunas ocasiones llego a la conclusión de que creo que yo mismo la corrí. Y ahora, que ya no está en mi presente, pienso en aquella frase de mi viejo amigo: "Las mil cervezas con las que brindé a tu nombre hoy están vacías, y aún así siempre tengo una más para brindar".
Eso siempre me vuela la cabeza, me describe tal cual, y es que creo que la vida me ha jodido más de lo necesario, tanto que esto parece una burla.
Terminé completamente molido tras su partida, camino a rastras apoyándome de un bastón; la vida de bukanero y druggo fue buena en su tiempo, hasta que me chingué la rodilla. Recuerdo ese dolor, porque aún ahora sigue ardiendo.
¿Cómo me chingué la rodilla? La pregunta siempre regresa, como un estribillo de esa canción earworm que no sabes si odias o amas, pero se repite como una imagen involuntaria.

Todo pasó un diciembre que se disfrazaba de lluvia y esa misma noche fui por ti al trabajo como siempre, pero esa vez tu mirada fría hacía helar el ambiente. Suspiré buscando la calma, pero el rebote de indiferencia se acompañó con la frase que lo rompió todo: "Esto hace tiempo que no nos funciona, tienes que dejarme ir", dijiste, y las palabras cayeron como las primeras gotas antes de la tormenta; quedé desconcertado, aquello no estaba en mis planes.

Quién lo diría, estaba tan acostumbrado a ti, a tu rutina, ir por ti cada noche y acompañarte a casa; ese era mi camino y lo habías desviado, quedé como idiota sin saber qué decir...
Y tú, tú solo tomaste ese taxi dándome la espalda con una naturalidad que me dejó convertido en estatua. Llovía y no sabía qué hacer, así que caminé con destino a Tonalá con la determinación de sobrevivir a la condena, y es que allá, en Tonalá resulta ser una lugar donde siempre hay algún amigo con el cual brindar; así que compré una botella de whisky y bebí con el rumbo fijo hacia el olvido…
El primer trago fue derecho, tan profundo y quemante como un incendio controlado en la garganta, pero al mismo tiempo medicinal para el alma; lo suficientemente efectivo para marear mis penas.
Llegué al deportivo del barrio y solo me senté, justo en las gradas de la pista, así que di el segundo trago. 
Fue casi de la misma manera pero sin ese ardor, un segundo trago traicionero que deshiló mi mente desbordándola en recuerdos. “Miserable de mí”, pensaba, y lo pensaba tanto que sin darme cuenta ya estaba de pie con la botella en la mano gritándo tu nombre a todo pulmón; y todo iba tan bien, tan a gusto, hasta que unos vatos me empezaron a chiflar. Quedé tan apenado por lo estúpido que me vi haciendo eso, sonreí, tomé la botella y caminé dando el tercer trago; creo que ese fue el mortal…

Empapado y ebrio, ni siquiera recordaba el camino. Yo, chilango refugiado en tierras tapatías, navegando sin rumbo, aunque llevaba bastante tiempo viviendo en Loma Dorada.

Todo iba bien hasta que llegué a las albercas del deportivo, así que pensé: ¿y si me lavo?, ¡sí! ¿Y si me meto al agua y me lavo estas culpas, las penas, la angustia, los recuerdos, la malicia, el engaño, los besos, la amargura, el abandono…? ¿Qué puede pasar?, pensé entonces. 
Así que busqué la entrada sin éxito, pero yo estaba determinado. No sé cómo carajo esa idea tan absurda se metió en mi cabeza; el alcohol y el dolor siempre me hacen hacer ese tipo de estupideces. Pues bien, digamos que tenía el valor y la determinación, y lo único que me impedía el ingreso eran esos barrotes perimetrales del lugar; así que, como buen don pendejo, me animé a saltarlos. Subí la primera parte, era apenas como un metro de altura y seguí firme, pasé casi tres metros hasta que una cerca eléctrica en la cúspide me dio el golpe de mi vida. Caí de inmediato, mi costado izquierdo recibió el impacto, perdí el aire y después el conocimiento; seguía lloviendo y quedé tendido en el asfalto con la rodilla quebrada… Al tener memoria de nuevo, no sabía si llorar por el dolor o porque me habías dejado. Un vecino del lugar se apiadó de mí y llamó a emergencias; recuerdo bien cómo el paramédico me preguntó en qué había estado pensando. "En ella", le dije. Su sonrisa burlona me confirmó lo que ya sabía: Yo era el idiota de la función, y qué esperaba, esa escena era buen material para videos fail y memes.

Fueron tres semanas largas en ese hospital; a nadie le avisé, ni siquiera en el trabajo, quise dejar el suspenso esperando que me buscaras, pero fue en vano, nunca lo hiciste. Y al salir y saber de ti, pensaste incluso que había pasado las semanas bebiendo, ahogado en mi irresponsabilidad, me reclamarte con energía y enojo, pensaste que el pie enyesado y el bastón era una broma de mal gusto. 
Fue triste ver cómoed que ni siquiera con esa imagen lastimosa pude recuperarte… 

Esta historia es la que más he contado cualquiera que se me cruce, a todos los que entablan una conversación conmigo, y aúnque mi vida de clochard es más que evidente, nadie pregunta porque elegí ser un trotamundos, pues todo siempre desemboca en la misma pregunta: "We, ¿cómo te chingaste la rodilla?" 
Y es entonces que comienzo de nuevo a contarles todo sobre ti…
Aunque ya no estés, aunque para ti ya no exista.
Lo sé, y no importa, sigo siendo un vagabundo que solo dejó de existir, aunque siga siendo huésped invisible del mundo real.

Verso extra.
Se le llama Clochard al vagabundo
Al príncipe de los puentes, del asfalto,
aquel que teje su reino con huellas de horizonte
y lleva por palacio la geografía del viento.

Su trono es el umbral de una puerta abandonada,
su cortejo, el rumor de la ciudad que fluye.
Viste harapos como estandartes de batallas antiguas,
y en sus ojos habita la quietud del que descifra
el lento paso de las nubes sobre el humo.

No es un hombre derrotado, es un faro sin mar,
un caminante que intercambia certezas por auroras.
Lleva a cuestas el equipaje de la intemperie:
el rocío por almohada, las estrellas por manta
y el eco de las campanas por único dialecto.

Ser Clochard es ser la nota libre del poema urbano,
el verso suelto que el orden no logra capturar.
Es la memoria errante de lo que el tiempo olvida,
un atlas vivo de todas las calles posibles,
un suspiro de patria para quien ha elegido
tener por única dirección el próximo recodo.

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