A las 4 y 26...


Tenía un extraño comportamiento, mi psicólogo me decía que era un TOC, era una extraña manía de despertar siempre a la misma hora: a las 4 y 26 cada madrugada, nadie lo entendía, ese era mi momento, el punto antes de salir el Sol, antes del amanecer, cuando el frío se sentía hasta los huesos, cuando más te extrañaba.
Esto se sumaba a otras manías, unas coherentes y otras menos inteligentes, como la de dormir con la puerta sin llave, de tener el móvil al 100 esperando una llamada o un mensaje, de tener bajo la cama una botella que nunca bebía y una copa sobre la repisa donde aquella Noie había dejado marcado el lipstick de sus labios, de rehusarme a quitar ese viejo reloj de la pared por creer que podía detener el tiempo al no darle cuerda.

Estába entrando el invierno y el tiempo se me iba recordando aquel octubre donde te había dejado, tratando de olvidar aquel último beso, el último abrazo, eso me traía de vuelta tu aroma, tu calor en mi piel y ese temblor en las piernas, todo ello me asaltaba de madrugada y ponía un nudo en la garganta.

Recordarlo me saltaba de la cama siempre a la misma hora, entonces me servía un trago y brindaba por ella, pensando cómo es que lo ausente tiene una extraña forma de manifestarse, de estar presente...
El insomnio y mi mente desperdiciada le extrañaban, le añoraba y empezaba por imaginarla a mi lado, tratando de hablar con ella sin que me dijera nada, pero no importaba sabía que no era real, que terminaba siendo un reflejo de mi miedo a perderla del recuerdo y entonces seguía así, sin nada que pudiera hacer, levantándome y cerrando con llave la puerta de la casa, sonámbulo o despierto, esperando siempre como cada noche a la misma hora, a las 4 y 26...

De vez en cuando visitaba aquella parada donde siempre la esperaba y aquel Ángel testigo de nuestro amor y de esa trágica despedida siempre me veía con tristeza, después me pasaba de largo sobre Reforma y seguía rumbo a ese café que frecuentabamos, llegaba un tanto obtuso, pedía lo mismo ese Chai latte con mi nombre grabado y me sentaba a escribir en el sillón de siempre, el que tenía vacío el lugar de enfrente, donde miraba la entrada esperando que de alguna forma, por qué si, por destino, por fortuna o suerte ella llegara, que mi día o quizá mi vida arreglara, que todo lo cambiara, pero pasaba el tiempo y a la vez nada pasaba, solo me quedaba herido en silencio enumerando mis defectos, perdido en su recuerdo.

Justo hoy es un día igual, sentado en el mismo lugar donde solo a ella le he escrito los mejores versos que nunca a leído, donde también le escribo esto, donde siempre la espero, donde al escribir mis manos dudan si va a volver, si llegara al punto de las 4 y 26...


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